Al sur de las Montañas Costeras, en la franja hasta el mar Medih, se extiende una gran mancha boscosa. Desde el río Grande al Este hasta un brazo de las Montañas Costeras al Oeste que se gira e interrumpe la extensión casi llana del bosque de hayas, pinos, encinas y acebos que forman grupos dentro de la gran alfombra. Solo algunas colinas de escasa altura, rompen la monotonía, cubiertas por grupos de sabinas.
Se dice en uno de esos pueblos que hace tiempo un hombre vivía en una pequeña choza que apenas sobresalía de la tierra porque había aprovechado un desnivel para construirla, además la madera negra, envejecida invadida por manchas verdosas de humedad, la ocultaba, camuflándola entre la salvaje vegetación y pocos eran los que podían encontrarla, pasaba casi desapercibida para un caminante que no fuese a ver al hombre, cosa que por otra parte, no sucedía muy a menudo.
Un día el hombre se marchó al bosque despreocupado, en aquella parte ya no había animales peligrosos, ni tampoco ladrones.
Tampoco algún camino principal, solo un sendero que él mismo había abierto arrancando la frondosa vegetación de helechos y malas hierbas, tiempo atrás cuando decidió vivir allí alejado de los demás después de la muerte de su esposa unos meses atrás.
Regresó ya atardecido cuando el sol, se ocultaba entre las cumbres viejas y redondeadas de las lejanas montañas.
Mientras se preparaba la cena sintió que algo revoloteaba por la choza, sólo podía ver su sombra, cuando pasaba delante de un candil colocado sobre un travesaño del que colgaba un porta candil, que él mismo había construido.
— ¡Maldito insecto!— dijo intentando golpearlo— odio que llegue la primavera, estos bichos lo invaden todo.
—No provoques la ira de la Señora…no lo hagas—una voz débil, se escuchó en la penumbra alejada de la mortecina luz del candil
— ¿Quién eres?
—No golpees a las mariposas… si golpeas a una de ellas, tal vez estés dañando a algún ser querido.
— ¿Quién eres?— repitió ahora más irritado— te advierto, que aún guardo una espada bien afilada, de la época en que luche en la guerra… y no te gustaría sentirla en tu cuerpo.
— No hay ninguna espada… nunca has ido a la guerra… ni siquiera has salido del valle…no hagas que me irrite — la voz invisible se enfureció.
— ¿Cómo sabes…?
—Nosotros conocemos todo lo que sucede… nada escapa a nuestro conocimiento.
Una forma de mujer se dibujo en las sombras, que la luz del candil, creaba en las paredes de la cabaña. El hombre hizo un esfuerzo para no gritar, él había oído las historias que se contaban de aquellos seres.
— ¿Quién eres?
— Mi nombre no es importante, y tampoco conviene que lo sepas antes de tiempo, solo escúchame con atención.
— ¿Eres un… espíritu del bosque?— sintió que un escalofrió
— No… soy un espíritu, pero no del bosque — la forma de la mujer cambio— no temas, no me han enviado a dañarte, nosotros no causamos dolor, aunque se diga lo contrario, son otros seres los que dañan a los hombres.
— ¿Entonces por qué has venido?
— Escucha…muchas veces, has llorado a tu mujer, y has pedido poder volver a verla. Mi Señora, que guarda las almas de los muertos, ha decidido complacerte iras a un lugar a media jornada de aquí, un claro del bosque allí hay dos cascadas… debes estar allí por la mañana
Después de hablar el espíritu se desvaneció en la sombra de la noche, sin darle tiempo a poder hablar nuevamente con él.
Apenas pudo dormir; pensaba en las palabras de aquel espíritu, dudaba entre ir a ese lugar o quedarse en su casa.
***
Al día siguiente, antes de que hubiese amanecido, el hombre abandonó la choza. Llevaba un atillo; pan, un pellejo de vino, carne seca. Y mucha curiosidad al tiempo que también prevención.
Cuando el sol ya estaba en lo más alto, llegó a un claro en el espeso bosque. Dos cascadas; la más alta llena una plataforma y el agua se desbordaba a otra que finalmente alimentaba un río. En las orillas robles ya vestidos se miraban en las aguas y ensombraban parte de la superficie. En un rincón grupos de narcisos silvestres, violetas, azucenas, rosas se mecían levemente con la brisa que descendía atrapada por los árboles El musgo ha colonizado las rocas que rezuman goteando sobre las aguas agitadas. Al otro lado cañaverales han invadido las orillas, y unos jóvenes arbustos buscan el sol, estirándose para encontrar los escasos rayos de sol que los viejos árboles avariciosos y egoístas quieren para ellos. En las ramas más escondidas los pájaros hablaban con diferentes cantos.
Un grupo de mariposas revoloteaban en el agua y en las plantas de flor en flor jugando en parejas otras se posaban en las hierbas abriendo sus alas, mostrando sus bellas formas y colores
Una de color azul moteada de gotas grises permanecía sobre una hoja cerca de él, no se movía; y no parecía importarle la presencia de un humano. Levantó el vuelo y se acercó a él. Voló a su alrededor. Se posó en su hombro. Después se alejó unos metros. Ante sus ojos, aquella mariposa, comenzó a cambiar. A tomar forma.
— ¡Mi amada! —exclamo, al ver que su esposa aparecía ante él
— Esposo— ella, se sonrió, y después comenzó a caminar hacia muchacho— no temas.
— No tengo miedo… ¿Cómo…?— no sabia que decir. Había llorado mucho la muerte de su esposa, pero ahora estaba asustado — no se…ra somos libres, de abandonar nuestras moradas junto a la Señora que nos acogió, y de reunirnos con quienes nos amaron—se acercó a él y le besó — desde ahora cuando llegue la estación amable vendré a verte
— Desde ahora estaré siempre contigo, aunque no me veas, pero sólo durante la primavey cada día podremos estar juntos, aunque solo hasta el anochecer.
— ¿Por qué?… solo hasta el anochecer.
— Cuando llega la noche debemos regresar, esa es la única condición que nos ha impuesto nuestra Señora…no debes estar triste… ya nunca te dejare
— No lo estaré… no, ya no volveré a estarlo, tú me acompañaras siempre.
— No debes hablar a nadie de este lugar… sólo aquellos a los que Halde, visita, lo conocen, para que los demás no molesten las almas de los muertos… recuérdalo… a nadie
— Nunca hablare de este lugar— afirmo rotundo.
— Recuérdalo.
— Te lo prometo, nadie conocerá por mis palabras.
***
Desde aquel día, cada primavera, el hombre esperaba la llegada de las mariposas.
Y durante el tiempo de la estación amable volvían a estar juntos durante horas, hasta que llegaba la noche y debían separarse.
Y así paso el tiempo, los años pintaron sus cabellos de blanco. El camino al claro de las cascadas suponía cada vez más esfuerzo pero siempre regresaba a aquel lugar, cuando la nieve desaparecía de las montañas.
Y nunca hablo de aquel lugar, aun pensando en que otros lo conocerían, cumplió siempre esa promesa.
Hasta que un día él ya no regreso de aquel claro del bosque, convertido en un espíritu que volaba entre las flores junto a su esposa.
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